
“No somos seres humanos atravesando una experiencia espiritual; somos seres espirituales viviendo una experiencia humana.” —Pierre Teilhard de Chardin.
Cuando tenía 13 años, mi vida cambió radicalmente: un evento neurológico me dejó cuadripléjico. En mi pequeño pueblo de La Plata, Huila, la única persona que conocía en una silla de ruedas era un hombre mayor, padre y abuelo. Jamás imaginé que algún día estaría en su misma condición.
No solo era difícil entender por qué mi cuerpo ya no respondía como antes, sino que también me preguntaba por qué Dios había permitido que me sucediera algo así. Jesús dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos». Pero, ¿para qué? ¿Para paralizarlos?
Estas preguntas se convirtieron en el centro de mis constantes peleas con Dios. Desde mis creencias católicas, sentía un profundo dolor al pensar que estaba desamparado, que mis súplicas y lágrimas no encontraban respuesta. Mi salud, en lugar de mejorar, empeoraba: aparecieron escaras, infecciones urinarias, y una escoliosis severa comenzaba a deformar mi columna vertebral.
Sin embargo, en medio de mis enfrentamientos con Dios, ocurrió algo inesperado: en lugar de alejarme de Él, sentía que me acercaba más. Quizá porque desde niño había aprendido que, aunque no entendiera Su propósito, debía confiar. Hoy, al reflexionar, comprendo que esa conexión era más que fe; era espiritualidad. Una fuerza interna que me hizo comprender que, lejos de Dios, mi camino sería aún más oscuro.
Decidí entregarme por completo a Él. Porque Jesús es “el camino, la verdad y la vida”, y esa decisión marcó un antes y un después en mi vida.
Si algo he aprendido en este viaje es que nuestra condición física no define quiénes somos. Somos más que nuestros cuerpos: somos espíritu, fuerza y resiliencia. A veces, la mayor respuesta que podemos encontrar no es “por qué me pasó esto”, sino “para qué”.
Escuché en alguna parte que “cuando el camino parece oscuro, la luz de la espiritualidad siempre puede iluminarnos”, y esa frase se quedó conmigo.
Deseo dejarte una reflexión personal sobre este tema de espiritualidad y discapacidad:
La espiritualidad no es solo un refugio, sino una guía para enfrentar los retos más difíciles. Es una dimensión de nuestra existencia que nos permite encontrar propósito, incluso en medio de circunstancias adversas.
En mi caso, la espiritualidad fue la llave que transformó mi dolor en esperanza, y mi lucha en una oportunidad para crecer. Creo que no importa cuál sea tu camino espiritual —religión, meditación, o conexión con la naturaleza—, siempre existe una fuente de fortaleza esperando ser descubierta.
Por último, quiero dejarte algunos recursos que exploran cómo la espiritualidad puede transformar la vida de quienes enfrentan la discapacidad, y cómo puede ser una fuente de consuelo y fortaleza.